PARRÒQUIA
DE SANTA MARIA MAGDALENA,
DE VILADECANS
18/8/2019 Nº 636
SETMANA XX DEL TEMPS DE DURANT L’ANY
Pidamos
a la Virgen que nos proteja y sostenga, que tengamos una fe fuerte, gozosa y
misericordiosa, que nos ayude a ser santos, a encontrarnos con Ella un día en
el Paraíso. Papa Francisco
EN EL 160° ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL CURA DE ARS
A mis hermanos presbíteros. Queridos hermanos: Recordamos
los 160 años de la muerte del santo Cura de Ars a quien Pío XI presentó como
patrono para todos los párrocos del mundo. En su fiesta quiero escribirles esta
carta, no sólo a los párrocos sino también a todos Ustedes hermanos presbíteros
que sin hacer ruido “lo dejan todo” para estar empeñados en el día a día de
vuestras comunidades…
Hace un tiempo manifestaba a los obispos italianos
la preocupación de que, en no pocas regiones, nuestros sacerdotes se sienten
ridiculizados y “culpabilizados” por crímenes que no cometieron y les decía que
ellos necesitan encontrar en su obispo la figura del hermano mayor y el padre
que los aliente en estos tiempos difíciles, los estimule y sostenga en el
camino.
Como hermano mayor y padre también quiero estar
cerca, en primer lugar para agradecerles en nombre del santo Pueblo fiel de
Dios todo lo que recibe de Ustedes y, a su vez, animarlos a renovar esas
palabras que el Señor pronunció con tanta ternura el día de nuestra ordenación
y constituyen la fuente de nuestra alegría: «Ya no los llamo siervos…, yo los
llamo amigos» (Jn 15,15).
DOLOR
«He visto la aflicción de mi pueblo» (Ex 3,7). En estos últimos tiempos hemos podido oír con mayor
claridad el grito, tantas veces silencioso y silenciado, de hermanos nuestros,
víctimas de abuso de poder, conciencia y sexual por parte de ministros
ordenados. Sin lugar a dudas es un tiempo de sufrimiento en la vida de las
víctimas que padecieron las diferentes formas de abusos; también para sus
familias y para todo el Pueblo de Dios.
Como
Ustedes saben estamos firmemente comprometidos con la puesta en marcha de las
reformas necesarias para impulsar, desde la raíz, una cultura basada en el
cuidado pastoral de manera tal que la cultura del abuso no encuentre espacio
para desarrollarse y, menos aún, perpetuarse. No es tarea fácil y de corto plazo,
reclama el compromiso de todos. Si en el pasado la omisión pudo transformarse
en una forma de respuesta, hoy queremos que la conversión, la transparencia, la
sinceridad y solidaridad con las víctimas se convierta en nuestro modo de hacer
la historia y nos ayude a estar más atentos ante todo sufrimiento humano…
GRATITUD
«Doy gracias sin cesar por Ustedes» (Ef 1,16). La vocación, más que una elección nuestra, es
respuesta a un llamado gratuito del Señor. Es bueno volver una y otra vez sobre
esos pasajes evangélicos donde vemos a Jesús rezar, elegir y llamar «para que
estén con Él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14)…
ÁNIMO
«Mi deseo es que se sientan animados» (Col 2,2). Mi segundo gran deseo, haciéndome eco de las
palabras de san Pablo, es acompañarlos a renovar nuestro ánimo sacerdotal,
fruto ante todo de la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas. Frente a
experiencias dolorosas todos tenemos necesidad de consuelo y de ánimo. La
misión a la que fuimos llamados no entraña ser inmunes al sufrimiento, al dolor
e inclusive a la incomprensión; al contrario, nos pide mirarlos de frente y
asumirlos para dejar que el Señor los transforme y nos configure más a Él. «En
el fondo, la falta de un reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros
límites es lo que impide a la gracia actuar mejor en nosotros, ya que no le
deja espacio para provocar ese bien posible que se integra en un camino sincero
y real de crecimiento».
ALABANZA «Proclama mi alma la
grandeza del Señor» (Lc 1,46). Es imposible hablar de gratitud y ánimo sin
contemplar a María. Ella, mujer de corazón traspasado (cf. Lc 2,35), nos enseña
la alabanza capaz de abrir la mirada al futuro y devolver la esperanza al
presente. Toda su vida quedó condensada en su canto de alabanza (cf. Lc
1,46-55) que también somos invitados a entonar como promesa de plenitud.
Si alguna vez nos sentimos tentados de aislarnos y
encerrarnos en nosotros mismos y en nuestros proyectos protegiéndonos de los
caminos siempre polvorientos de la historia, o si el lamento, la queja, la
crítica o la ironía se adueñan de nuestro accionar sin ganas de luchar, de
esperar y de amar… miremos a María para que limpie nuestra mirada de toda
“pelusa” que puede estar impidiéndonos ser atentos y despiertos para contemplar
y celebrar a Cristo que Vive en medio de su Pueblo. Y si vemos que no logramos
caminar derecho, que nos cuesta mantener los propósitos de conversión,
digámosle como le suplicaba, casi con complicidad, ese gran párroco, poeta
también, de mi anterior diócesis: «Esta tarde, Señora / la promesa es sincera;
/ por las dudas no olvides / dejar la llave afuera». «Ella es la amiga siempre
atenta para que no falte vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto
por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de
esperanza para los pueblos que sufren dolor de parto hasta que brote la
justicia… como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con
nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del Amor de Dios».
Hermanos, una vez más, «doy gracias sin cesar por
Ustedes» (Ef 1,16) por vuestra entrega y misión con la confianza que «Dios
quita las piedras más duras, contra las que se estrellan las esperanzas y las
expectativas: la muerte, el pecado, el miedo, la mundanidad. La historia humana
no termina ante una piedra sepulcral, porque hoy descubre la “piedra viva” (cf.
1 P 2,4): Jesús resucitado. Nosotros, como Iglesia, estamos fundados en Él, e
incluso cuando nos desanimamos, cuando sentimos la tentación de juzgarlo todo
en base a nuestros fracasos, Él viene para hacerlo todo nuevo».
Dejemos que sea la gratitud lo que despierte la
alabanza y nos anime una vez más en la misión de ungir a nuestros hermanos en
la esperanza. A ser hombres que testimonien con su vida la compasión y
misericordia que sólo Jesús nos puede regalar.
Que el Señor Jesús los bendiga y la Virgen Santa los
cuide. Y, por favor, les pido que no se olviden de rezar por mí. Fraternalmente,
Francisco.
bisbat de
Sant Feliu
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