PARROQUIA
DE
SANTA MARIA MAGDALENA
VILADECANS
17/3/2019 Nº 615
QUARESMA II
La Cuaresma es
una llamada a detenerse, a ir a lo esencial, a ayunar de aquello que es
superfluo y nos distrae. Es un despertador para el alma. Papa
Francisco
EVANGELI DEL DIUMENGE
Continuem el camí cap a la Pasqua.
Contemplar Jesús pregant en l'escena de la transfiguració ens fa adonar
d’alguns elements importants que formen part de la pregària: el diàleg amb Déu
i el compromís, per exemple.
Que
vagi bé! No oblidem les causes dels pobres, que passen fam, que ploren, que són
perseguits. Mn. Josep Maria Romeguera
AVISOS
1) Miercoles 20 de marzo a las 17 h. reunión del grupo de
Vida Creixent.
2) Sábado 23 de marzo: curso de liturgia en Castelldefels.
3) Sábado 30 de marzo: Recés de Queresa.
PREGARIA PEL DIA DEL SEMINARI
Pare Sant, Vós heu volgut que el
misteri de salvació que va dur a terme el vostre Fill Nostre Senyor Jesucrist,
fos prolongat a través d’homes configurats amb el seu sacerdoci.
Feu que a tota l’Església es
desvetlli el desig que molt siguin cridats al vostre servei. Que els sacerdots
siguin exemplars amb una vida Santa. Que la vida consagrada sigui testimoni del
vostre inefable amor. Que les famílies siguin escola de discerniment.
Pare, feu de la vostra Església un
si matern fecund per l’acció de l’Esperit Sant, en el qual molts escoltin la
vostra crida al ministeri sacerdotal.
Que els nostres seminaris siguin
llocs d’encontre i comunió en el cor de l’Església, per la formació de pastors
segons el vostre cor. Amén
MENSAJE
DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA 56 JORNADA MUNDIAL
DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES La valentía de arriesgar por la promesa de Dios
DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES La valentía de arriesgar por la promesa de Dios
Queridos
hermanos y hermanas:
Después
de haber vivido, el pasado octubre, la vivaz y fructífera experiencia del
Sínodo dedicado a los jóvenes, hemos celebrado recientemente la 34ª Jornada
Mundial de la Juventud en Panamá. Dos grandes eventos, que han ayudado a que la
Iglesia prestase más atención a la voz del Espíritu y también a la vida de los
jóvenes, a sus interrogantes, al cansancio que los sobrecarga y a las esperanzas
que albergan.
Quisiera
retomar lo que compartí con los jóvenes en Panamá, para reflexionar en esta
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones sobre cómo la llamada del Señor
nos hace portadores de una promesa y, al mismo tiempo, nos
pide la valentía de arriesgarnos con él y por él. Me gustaría
considerar brevemente estos dos aspectos, la promesa y el riesgo, contemplando
con vosotros la escena evangélica de la llamada de los primeros discípulos en
el lago de Galilea (Mc 1,16-20).
Dos
parejas de hermanos –Simón y Andrés junto a Santiago y Juan–, están haciendo su
trabajo diario como pescadores. En este trabajo arduo aprendieron las leyes de
la naturaleza y, a veces, tuvieron que desafiarlas cuando los vientos eran
contrarios y las olas sacudían las barcas. En ciertos días, la pesca abundante
recompensaba el duro esfuerzo, pero otras veces, el trabajo de toda una noche
no era suficiente para llenar las redes y regresaban a la orilla cansados y
decepcionados.
Estas
son las situaciones ordinarias de la vida, en las que cada uno de nosotros ha
de confrontarse con los deseos que lleva en su corazón, se esfuerza en
actividades que confía en que sean fructíferas, avanza en el “mar” de muchas
posibilidades en busca de la ruta adecuada que pueda satisfacer su sed de
felicidad. A veces se obtiene una buena pesca, otras veces, en cambio, hay que
armarse de valor para pilotar una barca golpeada por las olas, o hay que lidiar
con la frustración de verse con las redes vacías.
Como
en la historia de toda llamada, también en este caso se produce un encuentro.
Jesús camina, ve a esos pescadores y se acerca... Así sucedió con la persona
con la que elegimos compartir la vida en el matrimonio, o cuando sentimos la
fascinación de la vida consagrada: experimentamos la sorpresa de un encuentro
y, en aquel momento, percibimos la promesa de una alegría capaz de llenar
nuestras vidas. Así, aquel día, junto al lago de Galilea, Jesús fue al
encuentro de aquellos pescadores, rompiendo la «parálisis de la normalidad» (Homilía
en la 22ª Jornada Mundial de la Vida Consagrada, 2 febrero
2018). E inmediatamente les hizo una promesa: «Os haré pescadores de hombres» (Mc 1,17).
La
llamada del Señor, por tanto, no es una intromisión de Dios en nuestra
libertad; no es una “jaula” o un peso que se nos carga encima. Por el
contrario, es la iniciativa amorosa con la que Dios viene a nuestro encuentro y
nos invita a entrar en un gran proyecto, del que quiere que participemos,
mostrándonos en el horizonte un mar más amplio y una pesca sobreabundante.
El
deseo de Dios es que nuestra vida no acabe siendo prisionera de lo obvio, que
no se vea arrastrada por la inercia de los hábitos diarios y no quede inerte
frente a esas elecciones que podrían darle sentido. El Señor no quiere que nos
resignemos a vivir la jornada pensando que, a fin de cuentas, no hay nada por
lo que valga la pena comprometerse con pasión y extinguiendo la inquietud
interna de buscar nuevas rutas para nuestra navegación. Si alguna vez nos hace
experimentar una “pesca milagrosa”, es porque quiere que descubramos que cada
uno de nosotros está llamado –de diferentes maneras– a algo grande, y que la
vida no debe quedar atrapada en las redes de lo absurdo y de lo que anestesia
el corazón…
En definitiva, la vocación es una invitación a no quedarnos
en la orilla con las redes en la mano, sino a seguir a Jesús por el camino que
ha pensado para nosotros, para nuestra felicidad y para el bien de los que nos
rodean.
Por supuesto, abrazar esta promesa requiere el valor de
arriesgarse a decidir. Los primeros discípulos, sintiéndose llamados por él a
participar en un sueño más grande, «inmediatamente dejaron sus redes y lo
siguieron» (Mc 1,18). Esto significa que para seguir la llamada del
Señor debemos implicarnos con todo nuestro ser y correr el riesgo de
enfrentarnos a un desafío desconocido; debemos dejar todo lo que nos puede
mantener amarrados a nuestra pequeña barca, impidiéndonos tomar una decisión
definitiva; se nos pide esa audacia que nos impulse con fuerza a descubrir el
proyecto que Dios tiene para nuestra vida. En definitiva, cuando estamos ante
el vasto mar de la vocación, no podemos quedarnos a reparar nuestras redes, en
la barca que nos da seguridad, sino que debemos fiarnos de la promesa del
Señor.
Me refiero sobre todo a la llamada a la vida cristiana,
que todos recibimos con el bautismo y que nos recuerda que nuestra vida no es
fruto del azar, sino el don de ser hijos amados por el Señor, reunidos en la
gran familia de la Iglesia. Precisamente en la comunidad eclesial, la
existencia cristiana nace y se desarrolla, sobre todo gracias a la liturgia,
que nos introduce en la escucha de la Palabra de Dios y en la gracia de los
sacramentos; aquí es donde desde la infancia somos iniciados en el arte de la
oración y del compartir fraterno. La Iglesia es nuestra madre, precisamente
porque nos engendra a una nueva vida y nos lleva a Cristo; por lo tanto,
también debemos amarla cuando descubramos en su rostro las arrugas de la
fragilidad y del pecado, y debemos contribuir a que sea siempre más hermosa y
luminosa, para que pueda ser en el mundo testigo del amor de Dios.
La vida cristiana se expresa también en esas elecciones
que, al mismo tiempo que dan una dirección precisa a nuestra navegación,
contribuyen al crecimiento del Reino de Dios en la sociedad. Me refiero a la
decisión de casarse en Cristo y formar una familia, así como a otras vocaciones
vinculadas al mundo del trabajo y de las profesiones, al compromiso en el campo
de la caridad y de la solidaridad, a las responsabilidades sociales y políticas,
etc. Son vocaciones que nos hacen portadores de una promesa de bien, de amor y
de justicia no solo para nosotros, sino también para los ambientes sociales y
culturales en los que vivimos, y que necesitan cristianos valientes y testigos
auténticos del Reino de Dios.
En el encuentro con el Señor, alguno puede sentir la
fascinación de la llamada a la vida consagrada o al sacerdocio ordenado. Es un
descubrimiento que entusiasma y al mismo tiempo asusta, cuando uno se siente
llamado a convertirse en “pescador de hombres” en la barca de la Iglesia a
través de la donación total de sí mismo y empeñándose en un servicio fiel al
Evangelio y a los hermanos. Esta elección implica el riesgo de dejar todo para
seguir al Señor y consagrarse completamente a él, para convertirse en
colaboradores de su obra. Muchas resistencias interiores pueden obstaculizar
una decisión semejante, así como en ciertos ambientes muy secularizados, en los
que parece que ya no hay espacio para Dios y para el Evangelio, se puede caer
en el desaliento y en el «cansancio de la esperanza» (Homilía
en la Misa con sacerdotes, personas consagradas y movimientos laicos,
Panamá, 26 enero 2019).
Y, sin embargo, no hay mayor gozo que arriesgar la vida
por el Señor. En particular a vosotros, jóvenes, me gustaría deciros: No seáis
sordos a la llamada del Señor. Si él os llama por este camino no recojáis los
remos en la barca y confiad en él. No os dejéis contagiar por el miedo, que nos
paraliza ante las altas cumbres que el Señor nos propone. Recordad siempre que,
a los que dejan las redes y la barca para seguir al Señor, él les promete la
alegría de una vida nueva, que llena el corazón y anima el camino.
Queridos amigos, no siempre es fácil discernir la propia
vocación y orientar la vida de la manera correcta. Por este motivo, es
necesario un compromiso renovado por parte de toda la Iglesia –sacerdotes,
religiosos, animadores pastorales, educadores– para que se les ofrezcan,
especialmente a los jóvenes, posibilidades de escucha y de discernimiento. Se
necesita una pastoral juvenil y vocacional que ayude al descubrimiento del plan
de Dios, especialmente a través de la oración, la meditación de la Palabra de
Dios, la adoración eucarística y el acompañamiento espiritual.
Como se ha hablado varias veces durante la Jornada
Mundial de la Juventud en Panamá, debemos mirar a María. Incluso en la historia
de esta joven, la vocación fue al mismo tiempo una promesa y un riesgo. Su
misión no fue fácil, sin embargo no permitió que el miedo se apoderara de ella.
Su sí «fue el “sí” de quien quiere comprometerse y el que quiere arriesgar, de
quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que la certeza de saber que era
portadora de una promesa. Y yo les pregunto a cada uno de ustedes. ¿Se sienten
portadores de una promesa? ¿Qué promesa tengo en el corazón para llevar
adelante? María tendría, sin dudas, una misión difícil, pero las dificultades
no eran una razón para decir “no”. Seguro que tendría complicaciones, pero no
serían las mismas complicaciones que se producen cuando la cobardía nos
paraliza por no tener todo claro o asegurado de antemano» (Vigilia
con los jóvenes, Panamá, 26 enero 2019).
En esta Jornada, nos unimos en oración pidiéndole al
Señor que nos descubra su proyecto de amor para nuestra vida y que nos dé el
valor para arriesgarnos en el camino que él ha pensado para nosotros desde la eternidad.
Vaticano, 31 de enero de 2019, Memoria de san Juan Bosco.
Francisco
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