DE
SANTA MARIA MAGDALENA
VILADECANS
2/6/2019 Nº 625
L’ASCENSIÓ DEL SENYOR
Contemplar a María nos permite dirigir la mirada a
tantas mujeres, madres y abuelas que, con sacrificio y discreción, abnegación y
compromiso, labran el presente y tejen los sueños del mañana. Papa
Francisco
SOM MEMBRES ELS UN DELS ALTRES.
Coincidint amb la solemnitat de l'Ascensió del
Senyor, l’Església celebra la Jornada Mundial de les Comunicacions Socials, en
la qual proposa un tema, elabora uns materials de reflexió, el Papa escriu un
missatge, es dona a conèixer un lema i es ressalta la importància dels mitjans
en el nostre món.
El papa Francesc ha escollit per a
la 53a Jornada el lema «“Som membres els uns dels altres” (Ef 4,25). De les
comunitats en les xarxes socials a la comunitat humana» i en el seu missatge
ens convida a reflexionar sobre la naturalesa, la situació actual i les noves
formes de relació i comunicació a Internet, per a recuperar la idea de
comunitat com a xarxa entre les persones, però amb un sentit de totalitat.
53 JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
« “Somos miembros unos de otros” (Ef 4,25).
De las comunidades en las redes sociales a la comunidad
humana »
Queridos hermanos y hermanas:
Desde que internet ha estado disponible, la Iglesia
siempre ha intentado promover su uso al servicio del encuentro entre las
personas y de la solidaridad entre todos. Con este Mensaje, quisiera invitarles
una vez más a reflexionar sobre el fundamento y la importancia de nuestro
estar-en-relación; y a redescubrir, en la vastedad de los desafíos del contexto
comunicativo actual, el deseo del hombre que no quiere permanecer en su propia
soledad.
Las metáforas de la “red” y de la “comunidad”
El ambiente mediático es hoy tan omnipresente que resulta
muy difícil distinguirlo de la esfera de la vida cotidiana. La red es un
recurso de nuestro tiempo. Constituye una fuente de conocimientos y de relaciones
hasta hace poco inimaginable. Sin embargo, a causa de las profundas
transformaciones que la tecnología ha impreso en las lógicas de producción,
circulación y disfrute de los contenidos, numerosos expertos han subrayado los
riesgos que amenazan la búsqueda y la posibilidad de compartir una información
auténtica a escala global. Internet representa una posibilidad extraordinaria
de acceso al saber; pero también es cierto que se ha manifestado como uno de
los lugares más expuestos a la desinformación y a la distorsión consciente y
planificada de los hechos y de las relaciones interpersonales, que a menudo
asumen la forma del descrédito.
Hay que reconocer que, por un lado, las redes sociales
sirven para que estemos más en contacto, nos encontremos y ayudemos los unos a
los otros; pero por otro, se prestan también a un uso manipulador de los datos
personales con la finalidad de obtener ventajas políticas y económicas, sin el
respeto debido a la persona y a sus derechos. Entre los más jóvenes, las estadísticas
revelan que uno de cada cuatro chicos se ha visto envuelto en episodios de
acoso cibernético[1].
Ante la complejidad de este escenario, puede ser útil
volver a reflexionar sobre la metáfora de la red que fue propuesta al principio
como fundamento de internet, para redescubrir sus potencialidades positivas. La
figura de la red nos invita a reflexionar sobre la multiplicidad de recorridos
y nudos que aseguran su resistencia sin que haya un centro, una estructura de
tipo jerárquico, una organización de tipo vertical. La red funciona gracias a
la coparticipación de todos los elementos.
La metáfora de la red, trasladada a la dimensión
antropológica, nos recuerda otra figura llena de significados: la comunidad.
Cuanto más cohesionada y solidaria es una comunidad, cuanto más está animada
por sentimientos de confianza y persigue objetivos compartidos, mayor es su
fuerza. La comunidad como red solidaria precisa de la escucha recíproca y del
diálogo basado en el uso responsable del lenguaje.
Es evidente que, en el escenario actual, la social
network community no es automáticamente sinónimo de comunidad. En el mejor de
los casos, las comunidades de las redes sociales consiguen dar prueba de
cohesión y solidaridad; pero a menudo se quedan solamente en agregaciones de
individuos que se agrupan en torno a intereses o temas caracterizados por
vínculos débiles. Además, la identidad en las redes sociales se basa demasiadas
veces en la contraposición frente al otro, frente al que no pertenece al grupo:
este se define a partir de lo que divide en lugar de lo que une, dejando
espacio a la sospecha y a la explosión de todo tipo de prejuicios (étnicos,
sexuales, religiosos y otros). Esta tendencia alimenta grupos que excluyen la
heterogeneidad, que favorecen, también en el ambiente digital, un
individualismo desenfrenado, terminando a veces por fomentar espirales de odio.
Lo que debería ser una ventana abierta al mundo se convierte así en un
escaparate en el que exhibir el propio narcisismo.
La red constituye una ocasión para favorecer el encuentro
con los demás, pero puede también potenciar nuestro autoaislamiento, como una
telaraña que atrapa. Los jóvenes son los más expuestos a la ilusión de pensar
que las redes sociales satisfacen completamente en el plano relacional; se
llega así al peligroso fenómeno de los jóvenes que se convierten en “ermitaños
sociales”, con el consiguiente riesgo de apartarse completamente de la
sociedad. Esta dramática dinámica pone de manifiesto un grave desgarro en el
tejido relacional de la sociedad, una laceración que no podemos ignorar.
Esta realidad multiforme e insidiosa plantea diversas
cuestiones de carácter ético, social, jurídico, político y económico; e
interpela también a la Iglesia. Mientras los gobiernos buscan vías de
reglamentación legal para salvar la visión original de una red libre, abierta y
segura, todos tenemos la posibilidad y la responsabilidad de favorecer su uso
positivo.
Está claro que no basta con multiplicar las conexiones
para que aumente la comprensión recíproca. ¿Cómo reencontrar la verdadera
identidad comunitaria siendo conscientes de la responsabilidad que tenemos unos
con otros también en la red?
“Somos miembros unos de otros”
Se puede esbozar una posible respuesta a partir de una
tercera metáfora, la del cuerpo y los miembros, que san Pablo usa para hablar
de la relación de reciprocidad entre las personas, fundada en un organismo que
las une. «Por lo tanto, dejaos de mentiras, y hable cada uno con verdad a su
prójimo, que somos miembros unos de otros» (Ef 4,25). El ser miembros unos de
otros es la motivación profunda con la que el Apóstol exhorta a abandonar la
mentira y a decir la verdad: la obligación de custodiar la verdad nace de la
exigencia de no desmentir la recíproca relación de comunión. De hecho, la verdad
se revela en la comunión. En cambio, la mentira es el rechazo egoísta del
reconocimiento de la propia pertenencia al cuerpo; es el no querer donarse a
los demás, perdiendo así la única vía para encontrarse a uno mismo.
La metáfora del cuerpo y los miembros nos lleva a
reflexionar sobre nuestra identidad, que está fundada en la comunión y la
alteridad. Como cristianos, todos nos reconocemos miembros del único cuerpo del
que Cristo es la cabeza. Esto nos ayuda a ver a las personas no como
competidores potenciales, sino a considerar incluso a los enemigos como
personas. Ya no hay necesidad del adversario para autodefinirse, porque la
mirada de inclusión que aprendemos de Cristo nos hace descubrir la alteridad de
un modo nuevo, como parte integrante y condición de la relación y de la
proximidad.
Esta capacidad de comprensión y de comunicación entre las
personas humanas tiene su fundamento en la comunión de amor entre las Personas
divinas. Dios no es soledad, sino comunión; es amor, y, por ello, comunicación,
porque el amor siempre comunica, es más, se comunica a sí mismo para encontrar
al otro. Para comunicar con nosotros y para comunicarse a nosotros, Dios se
adapta a nuestro lenguaje, estableciendo en la historia un verdadero diálogo
con la humanidad (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, 2).
En virtud de nuestro ser creados a imagen y semejanza de
Dios, que es comunión y comunicación-de-sí, llevamos siempre en el corazón la
nostalgia de vivir en comunión, de pertenecer a una comunidad. «Nada es tan
específico de nuestra naturaleza –afirma san Basilio– como el entrar en
relación unos con otros, el tener necesidad unos de otros»[2].
El contexto actual nos llama a todos a invertir en las
relaciones, a afirmar también en la red y mediante la red el carácter
interpersonal de nuestra humanidad. Los cristianos estamos llamados con mayor
razón, a manifestar esa comunión que define nuestra identidad de creyentes.
Efectivamente, la fe misma es una relación, un encuentro; y mediante el impulso
del amor de Dios podemos comunicar, acoger, comprender y corresponder al don
del otro.
La comunión a imagen de la Trinidad es lo que distingue
precisamente la persona del individuo. De la fe en un Dios que es Trinidad se
sigue que para ser yo mismo necesito al otro. Soy verdaderamente humano,
verdaderamente personal, solamente si me relaciono con los demás. El término
persona, de hecho, denota al ser humano como ‘rostro’ dirigido hacia el otro,
que interactúa con los demás. Nuestra vida crece en humanidad al pasar del
carácter individual al personal. El auténtico camino de humanización va desde
el individuo que percibe al otro como rival, hasta la persona que lo reconoce
como compañero de viaje.
Del “like” al “amén”
La imagen del cuerpo y de los miembros nos recuerda que
el uso de las redes sociales es complementario al encuentro en carne y hueso,
que se da a través del cuerpo, el corazón, los ojos, la mirada, la respiración
del otro. Si se usa la red como prolongación o como espera de ese encuentro,
entonces no se traiciona a sí misma y sigue siendo un recurso para la comunión.
Si una familia usa la red para estar más conectada y luego se encuentra en la
mesa y se mira a los ojos, entonces es un recurso. Si una comunidad eclesial
coordina sus actividades a través de la red, para luego celebrar la Eucaristía
juntos, entonces es un recurso. Si la red me proporciona la ocasión para
acercarme a historias y experiencias de belleza o de sufrimiento físicamente
lejanas de mí, para rezar juntos y buscar juntos el bien en el redescubrimiento
de lo que nos une, entonces es un recurso.
Podemos pasar así del diagnóstico al tratamiento:
abriendo el camino al diálogo, al encuentro, a la sonrisa, a la caricia... Esta
es la red que queremos. Una red hecha no para atrapar, sino para liberar, para
custodiar una comunión de personas libres. La Iglesia misma es una red tejida
por la comunión eucarística, en la que la unión no se funda sobre los “like”
sino sobre la verdad, sobre el “amén” con el que cada uno se adhiere al Cuerpo
de Cristo acogiendo a los demás.
Vaticano, 24 de enero de 2019, fiesta de san Francisco de
Sales.
Franciscus
bisbat de Sant
Feliu
parròquies de
Viladecans:
Enllaç del nostra
blogger:
amics de l’ermita
de la Mare de Déu de Sales
La misa rociera de esta tarde es en la parroquia de maría magdalena a las 19:00?
ResponderEliminarbuenas tardes Fran, perdona por no contestar-te antes,
Eliminaryo entiendo que la misa será en el parque de la marina,
que disfrutes de la linda jornada.